




Río, Carnaval sin moral
Texto y fotos: Hernán Gómez Bruera--
La primera novela de Jorge Amado –País de Carnaval- narra la historia de un joven que vuelve a su patria después de ocho años de ausencia. Incapaz de encontrar sentido a la vida y ser parte de su lugar, se pasea sin rumbo fijo. Una noche lo sorprende un barullo ensordecedor. Las calles de Río están llenas de pueblo, zamba y una locura general.
Es así como Paulo Rigger –protagonista de esta historia— encuentra un sábado de Carnaval. Se vuelca al torrente festivo y se entrega a la multitud. Al poco tiempo encuentra a una mujer de senos muy visibles. Bailan. Se mojan. Se oprimen. Los besos surgen inevitablemente. Victoria del instinto y reino de la carne, Paulo se siente --por primera vez en su vida-- brasileño.
Compañía das Letras publica una obra de Ruy Castro –Carnaval no Fogo— que narra en forma casi novelada la historia de Río y su Carnaval. La historia se remonta a cinco siglos, cuando la primera escuadra portuguesa se adentró en la Bahía de Guanabara y encontró un paraíso de agrestes montañas y exuberante vegetación.
El mundo conoció así una tierra poblada por felices salvajes que cantaban, bailaban, fornicaban bajo el sol e incluso practicaban el canibalismo. Siendo de facto territorio francés, antes que portugués, Río fue un lugar cosmopolita desde su fundación. En él tuvo cabida una fantástica mezcolanza étnica y cultural.
Lo más apetecible llegó a Río en los navíos del África. Durante dos siglos, Río fue el puerto a través del cual ingresaron al Brasil millones de esclavos. La mayor parte de ellos eran transportados hacia el interior del país para trabajar en las minas y el campo, aunque muchos permanecieron en esta ciudad que hacia mediados del siglo XIX contaba más negros que ninguna otra en el mundo.
De todos los forasteros que llegaron a Río, ellos dejaron las huellas más profundas. Las batucadas de Angola y del Congo derivaron en una variedad de tipos de zamba y transformaron la versión europea e invernal del carnaval en una festividad explosiva. Mientras en otras ciudades del mundo, como Nueva Orleáns, el carnaval era una fiesta racialmente diferenciada --donde los blancos desfilaban por un lado y los negros por el otro--, en Río blancos, negros y mulatos danzaban juntos en una celebración en la que desaparecían las diferencias sociales y las buenas maneras.
No siempre fue así. En un principio, negros y blancos tenían cada uno su propio carnaval. Sin embargo ocurrió que el de los primeros era bastante más creativo y animado que el que discurría por los pasillos oficiales de la nobleza colonial. Así fue como, a fuerza de diversión, el carnaval se convirtió en una sola gran fiesta que expresaba toda la fogosidad y el amor carioca.
Ruy Castro da cuenta en su libro de cómo el carnaval se constituyó en una expresión cultural y pasó a ser visto como la prerrogativa de libertad por excelencia. Febrero era el momento en que los cariocas se entregaban a sus más fervientes pasiones y la ciudad se convertía en un espectáculo. Todo era desenfreno. Mientras duraba, los valores morales del resto del año permanecían en suspenso.
Aunque con diferencias regionales, el Carnaval es una fiesta que no hace distinciones entre ricos y pobres, hombres y mujeres o santos y pecadores. Allí nadie pertenece a nadie. El sábado de gloria, los cariocas dejan la cordura en el ropero y salen sin rumbo fijo –como lo hiciera Paulo Rigger—, sin regresar antes del miércoles de ceniza. Si bien hoy, el carnaval carioca se ha alejado de su tradición más popular y ha dado paso a un gran espectáculo turístico y mediático, aún conserva muchas de esas características.
El Barón de Río Branco constató divertido que en Río sólo había dos cosas organizadas: el desorden y el carnaval. Gran ironía que el propio Barón, cometiera en 1902 la imprudencia de morir dos días antes de iniciar esa fiesta. El fallecimiento del padre de la diplomacia brasileña generó una gran conmoción y se declaró luto nacional. La prefectura de Río se sintió obligada a diferir el carnaval. Groso error: a pesar de haber muerto una celebridad, los cariocas no pudieron sustraerse a su obligación de ser felices. Después de aquello, nunca jamás alguna autoridad osó suspender la gran fiesta nacional.
Cuando estés ahí escucharás como una zamba que llega directamente al corazón. Crece y crece sin cesar. Resuelta a gozar la vida, se niega a morir. Es un pensamiento triste que se canta en forma alegre, porque cantando aleja a la Señora tristeza. La música que hace al carnaval no quiere acabar. Tal vez porque sabe que en cuanto deje de sonar encontrará que el mundo es el mismo de siempre.
Pero mientras ese final no llegue, el Carnaval es una experiencia que enloquece los sentidos y pone en peligro la razón. Promesa de amor, sol y libertad de movimientos, Río es carne carnal y carnaval sin moral; fusión entre África, Europa y América, agria y dulce caipiriña, suco de cajú, aςaì y guaraná, piel tostada y ojos aceituna.
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